El paciente psiquiátrico
En las primeras dos entregas de esta colaboración, hemos repasado los orígenes de la psiquiatría, el modo casi accidental con que se han descubierto algunos fármacos útiles en el tratamiento de pacientes psiquiátricos y las dificultades que aún enfrenta esta disciplina para su pleno reconocimiento.
Pero hay otro hecho que se debe considerar en este trato diferente que se le da a la psiquiatría en el ámbito médico: el tipo de paciente al que se enfoca. Se trata de personas sin diagnóstico preciso en otros ámbitos, de las cuales se hace cargo el psiquiatra, especialmente cuando éstas se han convertido en non gratas para la pareja, la familia y/o la sociedad. Los delirios de nuestros pacientes siempre muestran el rostro oculto de todo ser humano: el del deseo reprimido, el que todos callan y el que el paciente delirante dice, expresa, actúa. Por eso, al “loco” se le teme, se le ridiculiza. Por ende, al psiquiatra también se le teme y se le percibe como un persecutor de síntomas especialmente incómodos en cualquier persona. Acudir al psiquiatra genera vergüenza. Encontrar servicios de psiquiatría en hospitales generales no es sencillo. En la Ciudad de México son contados los hospitales generales privados que cuentan con servicios de hospitalización psiquiátrica.
Ya que al psiquiatra se le considera como un cazador de síntomas cuya única herramienta para combatirlos son los psicofármacos, se olvida, en ocasiones, que un síntoma de los ahora llamados psiquiátricos (porque afectan el área emocional) puede ser la primera evidencia de una enfermedad o una etapa biológica relacionadas con algún otro sistema.
La menopausia, es un ejemplo de lo anterior, como lo son también los trastornos de la glándula tiroides, el lupus, las neoplasias, la hipercalcemia, el prolapso de la válvula mitral, algún efecto indeseable de otros medicamentos, cierta actividad neuronal anormal, y muchos otros. Evidentemente, no debe soslayarse nunca que existen los factores inconscientes.
Por eso es importante estar pendientes de ciertos síntomas para atenderlos oportunamente. Cuando una persona manifieste cuadros de miedo irracional (sin motivo alguno), temor severo a volverse loco, desesperación, falta de aire o dificultad para respirar, sensación de mareo, obnubilación de la vista (visión borrosa), taquicardia (latidos rápidos y fuertes), palidez y frío en la piel acompañados de sudoración, sensación de que “los pelos se ponen punta” (erizarse el vello del cuerpo), temblor incontrolable de las manos, rápido movimiento intestinal que exige una pronta evacuación, náuseas, etcétera, hay que realizar una evaluación que considere todas las posibles causas.
Si nuestro ánimo es de tristeza, nos domina un deseo de llorar, perdemos el interés por nuestras actividades cotidianas, descuidamos nuestro arreglo personal (al grado de que evitamos bañarnos y preferimos permanecer en cama o en casa que salir a cumplir con nuestras actividades diarias, tanto laborales como sociales) o si presentamos olvidos súbitos, como cuando vamos a la cocina y no sabemos qué buscamos ahí, debemos considerar la posibilidad de acudir al psiquiatra.
También debemos considerar esa posibilidad cuando sentimos miedo de salir de casa, temores ante experiencias nuevas o infrecuentes (como hablar en público o viajar solo), pérdida de interés en la vida sexual, en la pareja; preocupación desmedida por los hijos, por la salud de los familiares; exageradas preocupaciones poco comunes (como angustiarnos por no recordar si hemos dejado bien cerrada la puerta de la casa, si hemos apagado o no la estufa o desconectado la plancha, si hemos cerrado las ventanas, etcétera).
Hay otras evidencias de que podemos presentar perturbaciones atendibles mediante la psiquiatría: pensamientos que no van ni con nuestra cultura, ni con nuestra clase social o profesión. Si creemos que nuestros seres queridos están tratando de internarnos en una institución mental, o que otras personas nos vigilan o que nos siguen; si aseguramos que en las noticias se habla de nosotros o que la radio o la televisión están tocando puntos de nuestra vida privada; si escuchamos nuestro pensamiento en voz alta, o bien, oímos dentro de nuestra cabeza voces que platican entre ellas y que hablan mal de nosotros; o una voz, de cualquier sexo, que nos insulta y habla mal de nosotros; o si, incluso, percibimos cosas que sólo nosotros vemos, desde destellos luminosos hasta personas, es momento de acudir con el especialista.
Hay que consultar con el psiquiatra cuando el pensamiento es tan rápido que la persona, al tratar de hablar, sólo es capaz de emitir palabras fragmentadas (lo que se conoce como “ensalada de palabras”) y esto se acompaña de un ánimo eufórico y expansivo. En estos casos, se habla de una manía: la llamada psicosis maniaco-depresiva, que es diferente de la labilidad emocional, en la cual la persona cambia súbitamente de estado de ánimo en tan sólo unos minutos, algo común en los casos de lesiones orgánicas.
Todos los síntomas anteriores indican que es momento de buscar ayuda con un especialista en psiquiatría, esa área joven de la medicina que poco a poco va ocupando el lugar que le corresponde en el ámbito de la salud humana.