Sufrimiento… todos sufrimos
El sufrimiento es inherente a la vida, esta es la premisa con la que abordo a mis pacientes el primer día de su consulta. Sé que es una sentencia fea, fuerte, frustrante, pero al final cierta e inevitable. Me encantaría poder hacer que las personas no sufran, pero no me es posible porque el sufrimiento ocurre con cada cambio que se presenta en la vida y al final, esta realidad siempre es impermanente y todo cambia, por ello mismo siempre sufrimos.
Siempre que les digo a los pacientes que todo nuestro proceso psicoterapéutico se rige por la idea de aceptar el sufrimiento, veo la mayoría de las veces su cara de sorpresa y a veces decepción. Seamos honestos, la gente se acerca a terapia para dejar de sufrir y sentirse bien, por lo que el hecho de que su psicólogo les diga que van a sufrir toda la vida no es una idea con la que todos quisieran enfrentarse en su primera consulta.
Evitar el sufrimiento
Las personas buscamos naturalmente – o tal vez más por una regla social – alejarnos de lo que nos hace sufrir, el problema es que esa búsqueda se vuelve cansada, frustrante y poco fructífera, porque mientras más me quiero alejar del malestar, más me frustro de ver que no lo consigo. Veo a diario personas luchando por arrancarse el sufrimiento y malestar, algunos sufren porque no se creen capaces de establecer conversaciones o interacciones sociales cómodas y ¿qué hacen para quitar ese malestar? se encierran, dejan de salir a socializar o consumen sustancias como alcohol para “armarse” de valor y poder mejorar sus relaciones sociales.
Algunas personas quieren evitar el sufrimiento que genera una ruptura amorosa y ¿qué hacen para no sufrir? Se quedan en relaciones disfuncionales y tóxicas con tal de alejarse del sufrimiento que representa quedarse sin pareja o sin lo que creen que aman. Pero al final la evitación al sufrimiento lo único que hace es que saltemos de uno a otro.
Hay sufrimientos que son necesarios que transitemos para evolucionar, en un momento de tranquilidad podemos cruzar mejor este camino en lugar de tratar de evitarlo toda la vida, porque una parte muy consciente de nosotros sabe que habrá mayor funcionalidad y bienestar en nosotros una vez que lo hayamos pasado. Pero hay otros sufrimientos que por más que los tratemos de analizar nos encantaría no cruzar, y que por lo general buscamos maneras de evitarlo, no verlo, aunque al final es inevitable.
Por ejemplo, ahora mismo el sufrimiento que me genera ver a mi papá, enfermo de cáncer de páncreas, con un dolor que va a en aumento y sabiendo que su vida se apaga, es uno de esos sufrimientos a los que el pensamiento le encantaría encontrar solución para cambiarlo por algo más esperanzador y agradable, pero no me es posible, ni a mí, ni a los doctores. Y ni aunque el mundo se uniera en un solo deseo eso podrá evitarse, y esto duele. Duele tanto porque al final el sufrimiento que me genera seguramente no se compara con el que mi padre debe sentir, pero no nos queda más que aceptarlo. ¿Aceptarlo? Sí, lo cual es realmente diferente a resignarnos. En la resignación nos quedamos quietos y dejamos de mover conductas para mejorar lo que esté en nuestro alcance, en la aceptación dejamos de luchar contra lo que no podemos cambiar, pero nos encargamos de mover lo que, sí podemos.
Es la capacidad para asumir la vida, tal como es, para aceptar la realidad, con situaciones agradables o desagradables, sin intentar cambiar o combatir aquello que no podemos controlar. Es un proceso de tolerancia y de adaptación (no de lucha). Ustedes posiblemente me preguntarán si por “aceptarlo” me ha dejado de doler, anticipo mi respuesta, ¡NO! no ha dejado de doler ni un instante. Duele tremendamente, y siendo muy honesta, el deseo incansable de que mi papá no sufra me invade todos los días, no creo que el sufrimiento se quite en algún momento, pero al aceptarlo he decidido enfocar mi atención en lo que sí puedo atender, ayudarle a dar el mejor cierre a su vida, ser cómplice en todo lo que él requiera o necesite, ayudarle a que siga encontrando bienestar, no sé por cuánto tiempo, pero eso sí, garantizando estar presente.